jueves, 22 de septiembre de 2011

mi casa roja

 Vivo en la casa roja, una casa que en nada se parece a las demás pues no tiene tejado y por ello está siempre llena de la lluvia roja que aquí cae casi continuamente. Tampoco tiene ventanas, por lo que está bastante oscuro aquí dentro y las cuatro habitaciones de las que consta están completamente desamuebladas.

 Mi casa roja está entre dos grandes montañas que a veces no son tan grandes y a veces lo son más. Allá delante hay un gran lago del que sale el río más retorcido de la historia, unos ocho mil kilómetros de curvas imposibles y excavaciones subterráneas. Arriba en el cielo se ven un par de filas de estrellas, dos agujeros negros cuya expansión ha sido controlada, dos nebulosas y un enorme sol agrisado.

 Lo que más me gusta de mi casa es que está comunicada con unos caminos que me pueden llevar a cualquier parte del mundo y, sobretodo el suave retumbar de sus paredes, que me mecen el día a día y que hacen a mi casa más especial aun. Lo peor de mi casa es que no se puede oír el silencio... lo echo de menos. 

 A veces me da la impresión de que mi casa está realmente viva. Cuando llego la casa me recibe con un traqueteo veloz que me impide atinar con la cerradura de la puerta, de cuya llave hice tantas copias que nunca se quien puede haber dentro, aunque me haya acostumbrado a que nunca haya nadie, a que nadie se quiera quedar, a que todo el mundo se valla. Estar solo aquí no es tan terrible... lo triste es no tener otra casa roja en donde estar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario