lunes, 13 de agosto de 2012

El día que lo entendí todo.


Si estaba yo tan perdido ¿cómo he podido encontrarte?
Si me había desviado hasta de mi propia decisión ¿cómo es que estabas tú allí?
Si ni siquiera tenía un destino ¿cómo te has convertido en mi meta?

Y me encontré al encontrarte y encontrar en ti lo que no estaba buscando siquiera, un día inhóspito e inesperado, en el que nada parecía que fuera a llegar a ser lo que acabó al final sí siendo. Apareciste como una aparición en el lugar donde tenía que estar yo sin haberlo decidido. Fue el viento quien me llevo hasta allí y que trajo hasta mi la voz que irrumpió rompiendo carámbanos y témpanos de hielo, acariciando mis tímpanos sin miedo. Sólo pude dejarme llevar y nos llevamos llevados por lluvia, tan solo imaginada, a algún callejón sin salida.

Allí fue donde, por vez primera, me quisiste echar de tu vida, y nunca me habían echado con tal recibimiento que me acogía con sin-quereres que se aferraron a mi entender. Y no entendí otra cosa que lo que me llevó a agarrarme a ti.

Desde entonces lo entiendo todo.

En esta vida de teorías impera el caos en sus jugadas y sé que fue cuando me envolvió ese caos, cuando me perdí, cuando no decidí no hacer lo que no decidí que haría, cuando no me quedó una pizca de destino ni en el fondo del zapato; fue entonces cuando te encontré, cuando estuviste allí, cuando te convertiste en mi meta.

Y ahora, que todo esto ha pasado,
sólo puedo encontrarte, allí, en mi meta.

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